miércoles, 14 de noviembre de 2018

Sobre el reciente y poco creíble amor al castellano del separatismo

Jenn Díaz es una novelista y diputada al Parlament por ERC. No me parece contradictorio ni de ninguna manera objetable que un escritor active en política. Hace años conocí personalmente a Maria Mercè Roca, cuya narrativa admiro fervientemente, y que en aquel momento también era diputada por ERC. Aunque me cortaría la mano antes de votar a esa formación, la autora gerundense me pareció una persona encantadora y su charla muy enriquecedora. En el caso de Jenn Díaz, no tengo el gusto de conocer sus libros, pero tampoco motivos para dudar de su calidad literaria ni de sus sólidos conocimientos en el área.

El problema, en todo caso, se suscita cuando algún notable del campo de la cultura aprovecha su autoridad en esa área para impulsar sus intereses políticos. En un reciente artículo en El Periódico titulado Rosalía, cultura catalana, Díaz examina el caso del éxito de Rosalía Vila, la cantante de Sant Esteve Sesrovires que descuella mezclando flamenco, pop y trap en trabajos íntegramente en castellano como El mal querer. Afirma la escritora:

'El mal querer' es, además de un canto a la liberación de la mujer, un disco con perspectiva de género, una descripción de lo que no debemos tolerar en el amor, además de todo eso, las canciones de Rosalía son cultura catalana. Sí, la cultura catalana también se expresa en castellano, y eso no significa que lo sea menos. La cultura catalana no siempre se expresa en catalán, y eso no debe acomplejarnos. Núria Graham o Estopa. Isabel Coixet. Laura Fernández o Rubén Pérez Giráldez. Eduardo Mendoza, Gabi Martínez. Sílvia Pérez Cruz y Maria Arnal con su propio mestizaje. La rumba catalana. ¿Alguien puede dudar de que la creación catalana no expresada en catalán no es, también, nuestra?
Debemos detenernos un momento y reflexionar, si apriorismos ni prejuicios, qué es y, lo más importante, qué queremos que sea la cultura catalana. Rosalía, nacida en Sant Esteve Sesrovires y formada en el Taller de Músics también es motivo de orgullo para los que amamos la cultura catalana, se exprese como se exprese. Soy incapaz de hacer diferencias, soy incapaz de elegir si una u otra.

Estamos, indudablemente, ante un operativo "ensanche de la base social" en marcha. Ejecutado, todo hay que decirlo, con una cierta altanería: nosotros, los de ERC, tenemos derecho a decidir qué es cultura catalana y qué no, y en el caso de Rosalía decidimos magnánimamente, pero también convenientemente para nuestros intereses, que sí.

Pero ocurre que Rosalía es cultura catalana en contra de todo lo que ERC ha sostenido políticamente a lo largo de su existencia. Rosalía es cultura catalana porque Cataluña es España, porque, como ha declarado la cantante,

“En Cataluña, la cultura andaluza se respira en cada esquina, vengas de donde vengas, seas quien seas. Yo me he criado entre hijos de inmigrantes andaluces. Uno no es solo aquello que le viene dado, también aquello que elige ser”.

Aunque exagera la artista (no veo yo mucha cultura andaluza en Balaguer o en Banyoles), sus afirmaciones son válidas para las grandes áreas metropolitanas de la comunidad autónoma. Por los motivos que sean, España llegó para quedarse, no como invasora ni colonizadora, sino como enriquecedora, aportando a la cultura local como no ha ocurrido a la inversa. Nadie puede decir que un castell descargado por el Casal Català de Burgos (de existir dicha entidad) sea cultura burgalesa, sino en todo caso cultura catalana ejecutada en la ciudad castellana. En cambio, el flamenco en Cataluña, que en principio era cultura española, ahora lo es también catalana porque ya es producido por nativos. Unos nativos que, al absorber dicha cultura, se refuerzan en su hispanidad, en unos lazos que ERC toda la vida nos dijo que no existían, o que en todo caso eran disolubles.

Jenn Díaz concluye su artículo con esta reflexión:

Una de las grandes riquezas de Catalunya es, precisamente, su diversidad. Y también debemos tenerla en cuenta, para no ser injustos ni estúpidamente conservadores, en cuestiones culturales. La cultura catalana que no se expresa en catalán no es una intrusa, nos define también como pueblo y nos hace la vida cultural del país diversa y ambiciosa. El día que la cultura catalana expresada en catalán no sufra el menosprecio del resto del Estado, podremos debatir sobre esta cuestión como deberíamos: con normalidad.

Hay dos aspectos interesantes en esta reflexión. Uno es la omnipresencia del victimismo, merced al cual aun los defectos que se admite que se tengan son atribuibles a España. Hace años, Salvador Cardús afirmó que la corrupción catalana era una consecuencia de la española. En un giro similar, Díaz admite que en Cataluña no se debate con normalidad el tema de la cultura catalana en castellano, pero es incapaz de asumir que ello se pueda deber a un déficit propio, sino que lo endilga a la intolerancia española. De esa manera, Díaz insinúa que los castellanohablantes en Cataluña deberían reclamarle a España, y no al nacionalismo catalán identitarista y excluyente, el vacío que se le ha hecho a su idioma.

El otro aspecto interesante es el planteo de una supuesta simetría: sí, hay falta de normalidad de un lado; pero del otro hay menosprecio. ¿Hay menosprecio en España de la cultura catalana expresada en catalán? Quizá sí, a título individual. Pero jamás ha alcanzado, en democracia, un estatus oficial ni tenido consecuencias prácticas para dicha cultura.

Veamos: en España es normal que productos culturales en catalán (o en euskera, o en gallego) sean premiados, subsidiados y promovidos por el Estado. Por ejemplo, España cuida a todos sus escritores, escriban en la lengua que escriban. Por eso, el Premio Nacional de las Letras Españolas ha recaído varias veces en autores en idioma catalán:

1984 – J. V. Foix (1893-1987)
1989 – Joan Coromines (1905-1997)
1998 – Pere Gimferrer (1945)
2000 – Martí de Riquer (1914-2013)
2001 – Miquel Batllori (1909-2003)
2002 – Joan Perucho (1920-2003)
2010 – Josep Maria Castellet (1926-2014)
2015 – Carme Riera (1948)

En comparación, el Premi Nacional de Literatura de la Generalitat de Catalunya, mientras existió (1995-2012), jamás fue otorgado a un autor de expresión castellana.

Similarmente, el Instituto Cervantes ha organizado infinidad de actos de promoción de Jaume Cabré, al que se lo presenta como "Catalan writer". En cambio, el Institut Ramon Llull, la institución equivalente catalana, ha organizado exactamente 0 actos de promoción de Ildefonso Falcones, exitoso autor catalán pero con la tara de escribir en castellano, cosa que no extraña cuando en las bases para acceder a las ayudas para desplazamiento de escritores no se establece como destinatarios a los escritores catalanes, sino que se otorga "Finançament de les despeses de desplaçaments d’escriptors/ores per a la realització d’activitats de difusió de la literatura en llengua catalana o aranesa fora del domini lingüístic d’ambdues llengües, per a les quals hagin estat convidats". Aun en los casos en que el Llull sí llevó a autores en castellano en una de sus delegaciones, fue por obligación, porque así lo imponían las reglas de los eventos a que los invitaban. Así, esto informaba El Periódico en 2013:

El Institut Ramon Llull viajará al Salón del Libro de París, entre el 21 y el 25 de marzo, con una delegación compuesta por 20 escritores cuyas obras se han traducido recientemente al francés: 13 de ellas escritas originalmente en catalán y 7 en castellano. La decisión corresponde a las características de la invitación como ciudad invitada a Barcelona. «Las reglas del juego son que allí va una ciudad que vehicula una creación literaria que se hace en lenguas diferentes», ha justificado el director del Llull, Vicenç Villatoro, quien argumenta a la defensiva la operación. «No se trata de ningún cambio de criterio o una traición (...) se deben aprovechar todas las ventanas que se abran para favorcer la visibilidad y la presencia internacional de la lengua y la literatura catalanas», sostiene.

Es penoso que el director del Llull, en lugar de estar orgulloso de los escritores en lengua castellana que llevará, tenga que justificar ante su público la decisión con un argumento del tipo "no hay mal que por bien no venga; seamos vivos que algo podemos sacar".

Pero es que aun saliendo del elevado ámbito de la literatura el menosprecio al castellano es moneda corriente. Así, un concejal de ERC de Barcelona, Jordi Portabella, se negó a asistir al pregón por las fiestas de la Mercè pronunciado por Elvira Lindo porque el mismo sería leído en castellano. Lejos de disculparse por este insulto vil a la lengua en que se desarrolla el 75% de las conversaciones barcelonesas, la plana mayor de la formación republicana apoyó sin reservas al edil sectario.

CONCLUSIÓN

En momentos en que el separatismo advierte que su porcentaje de votos no alcanza para consumar la ruptura, y en que se ven obligados a sumar gente por fuera de su mercado natural (casi exclusivamente catalanoparlante), se comprende que extiendan su mano de forma aparentemente generosa a quienes se expresan en castellano. Pero esa actitud aparece como forzada y falsa, a la luz del ninguneo e invisibilización permanente e implacable a que se ha sometido a la lengua castellana en Cataluña bajo el establishment nacionalista.

En los años del Procés, algún sector castellanoparlante (numéricamente no despreciable, aunque ni de lejos tan importante como les gustaría y nos han querido hacer creer) ha prestado oídos a ciertas voces y plumas separatistas que juran y perjuran que nuestro idioma sería respetado en una Cataluña independiente. Sería un craso error creerles. Por más que racionalmente se impongan ese propósito, en la hora decisiva su verdadera naturaleza saldría a flote. Como el alacrán de la fábula, si algún día nos decidiéramos a cruzar con ellos el río hacia Ítaca, finalmente archivarían sus promesas de amor lingüístico y nos terminarían clavando el aguijón ponzoñoso de su castellanofobia. Está en su ADN.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Lazos amarillos y libertad de expresión

Leo de la pluma de Josep Ramoneda --no un indigente intelectual, sino una persona pensante, con cuyas ideas puedo discrepar, pero serena y reflexiva-- un ataque a los quitalazos, las personas que a título individual o en grupos organizados se dedican a cortar y tirar las cintas de plástico amarillo que el separatismo cuelga rutinariamente de verjas, barandas, árboles y demás infraestructura pública. Así se expresa el articulista de El País:

Està en joc la llibertat d'expressió. La crítica i el qüestionament de les institucions i de les decisions que prenen és un dret essencial en democràcia, com ho és la natural iconoclàstia contra símbols i representacions de l'Estat. Una societat que no és capaç de generar la seva pròpia negativitat està anestesiada. Expressar mitjançant un símbol —els llaços grocs— la indignació que amplis sectors de la societat catalana senten contra la situació dels presos sobiranistes pot ser cursi, però és un exercici perfectament legítim de llibertat d'expressió. 

Y sigue:

Qualsevol que estigui disconforme pot muntar totes les campanyes i mobilitzacions que cregui necessàries per combatre-la. Però no destruir els signes amb què s'expressa l'adversari. Arrencar la paraula de l'altre és una agressió.

Hay dos aspectos a considerar aquí. Uno es si los límites de la libertad de expresión, que todos aceptamos que existen, no incluyen el abstenerse de usar objetos y elementos que son de propiedad de todos para expresar unas ideas que sólo representan a algunos. Yo puedo comprar espacios en vallas para poner la propaganda que prefiera, o utilizar el frente de mi casa para colgarla de allí. Nadie legitimaría que se quiten los lazos que la gente pone en su balcón. Pero otra cosa es que se coloquen tales lazos sobre, digamos, un busto en una rotonda. Después de todo, esa rotonda fue construida con el dinero del conjunto de la población: ¿por qué debe ver una parte de esa población símbolos con los que no está de acuerdo?

La respuesta estándar a esto es que si a mí no me gustan los lazos amarillos, puedo ir y poner mis propios símbolos. Hay algo deshonesto en este argumento. Lo esgrimen solamente porque saben que a los opositores al separatismo no nos interesa ejercer ese supuesto derecho. No queremos que el espacio público se convierta en un aquelarre de símbolos, y además consideramos que los lazos conllevan un perjuicio estético y ecológico. Las distintas ordenanzas existentes, que prohíben deslucir el mobiliario urbano, apoyan nuestro punto de vista, que además está apuntalado por el sentido común: nadie puede decir que la muralla románica de Tarragona, por ejemplo, no queda horrible adornada con tiras de plástico, como se ha venido haciendo desde el separatismo en las últimas semanas.

Pero admitamos que la necesidad de expresarse políticamente fuera tan extrema que justificara invadir el espacio público. Aquí es donde entra en juego la segunda cuestión: quitar los lazos ¿viola o destruye de alguna manera esa libertad de expresión?

Veamos: existe la libertad de expresarse. No existe la libertad de que lo que uno expresó permanezca en el tiempo. Si yo soy un pintor, tengo la libertad de pintar un cuadro en que Jesucristo aparece practicándose una vaginoplastia. Tengo también la libertad de contratar una galería para exhibir el cuadro y venderlo. Ahora bien; supongamos que un católico creyente adquiere mi cuadro y lo quema en público. ¿Violó ese comprador mi libertad de expresión? ¡De ninguna manera! Antes al contrario, él está ejerciendo su libertad de expresión al destruir algo que le parece ofensivo dentro de los límites de la legalidad. Distinto sería si yo hubiera conservado el cuadro en mi casa y ese creyente ofendido me lo hubiera robado para incinerarlo. Allí sí estaría cometiendo un delito: pero no el de coartar la libertad de expresión (que yo ya ejercí pintando el cuadro y exhibiéndolo), sino el de daños a la propiedad ajena.

Volviendo a los lazos, la libertad de expresión de quienes los instalan (de poseer legítimamente derecho a ello, lo que, insistimos, no es una hipótesis universalmente aceptada) queda ejercida en el instante mismo de colocarlos. Pueden sacar fotos y subirlas a Instagram; nadie se lo va a impedir. Pero una vez que los abandonan voluntariamente en la vía pública, sus derechos sobre esos lazos expiran y entra en juego la libertad de quienes quieren expresarse cortándolos con cúters. Decir que eso viola la libertad de expresión de los separatistas es como decir que Empar Moliner quemando la Constitución en TV3 viola la libertad de expresión de Miquel Roca o Jordi Solé Tura.

CONCLUSIÓN: Los que colocan lazos creen ver un perjuicio causado por quienes van atrás y los retiran. Habría que rebuscar mucho en la legislación para fundamentarlo. Pero ese perjuicio, de existir, no es a la libertad de expresión de los separatistas. Esta última se vería coartada solamente si se les impidiera anudar los lazos, cosa que no se ha hecho (no al menos masivamente). Por el contrario, impedir a los disidentes que retiren los lazos sí es una violación de la libertad de expresión, ya que se están restringiendo sus posibilidades de manifestar su disidencia. Acusarlos a ellos de limitar las opciones de los demás es un claro caso de lo que en psicología se conoce como proyección: atribuir a otros las miserias propias.

jueves, 29 de marzo de 2018

Prohibido ingresar con perros o hablando castellano

Una anécdota personal. Hace algunos años, cuando ya el Procés estaba firmemente establecido pero todavía no se había alcanzado el nivel de locura actual, coincidí con tres separatistas en un viaje a un país latinoamericano por motivos profesionales. Entre reuniones y reuniones, acudíamos al ámbito natural de las almas latinas: los bares. Pero hablábamos de temas culturales, no de política.

Un día entramos en una fonda cuyas paredes estaban abiertas al público para que se expresara libremente dejando allí mensajes. Los encargados mismos del establecimiento proveían los rotuladores. Los dos caballeros de la comitiva teníamos ínfulas poéticas, y las dos damas nos animaron a que plasmáramos algún texto de nuestra cosecha en aquellos inspiradores muros.

El caballero independentista no pudo con el llamado de la tierra, y escribió:

Caldrà, només, que volguem [sic]. Gosarem?
(Hará falta, solamente, que queramos. ¿Nos atreveremos?)

Y lo acompañó con el dibujito de una estelada. Los hechos han demostrado que sí que se atrevieron, pero que no bastaba con eso; pero esa es otra historia.

Yo, por mi parte, decidí cantarles a cosas menos elegíacas y más intimistas:


Cuando terminé mi labor, me di vuelta y comprobé que mis compañeros me miraban anonadados, lo cual me llamó la atención, dado que mi coplita no alcanzaba ninguna cota lírica remarcable. Finalmente, una de las damas abrió la boca, dirigiéndose a los otros dos:

—Buenu, és clar... Al cap i a la fi el castellà és la seva llengua materna.

Entonces, sólo entonces, me di cuenta del motivo de su estupefacción: yo había escrito en castellano, no en catalán como era mi patriótico deber. Pero como me tenían mucho cariño, se esforzaban por encontrar una explicación para el desatino, consistente en este caso en que yo ya venía lingüísticamente baldado de nacimiento.

Pasan algunos años y me encuentro el nombre de esa dama firmando uno de los múltiples manifiestos por los presos políticos que inundan cotidianamente mi casilla de correo electrónico. Curioso, la googleo para ver qué fue de su vida, y encuentro que ha publicado un artículo en el Diari de Tarragona. En el cual artículo arremete contra Inés Arrimadas en los siguientes términos (el resaltado es mío):

El titular últim d’Inés Arrimadas ha estat que menjant musclos a Bèlgica Puigdemont no respecta el Parlament i denigra la seva imatge. I aquesta és la gota que fa vessar el vas.
Perquè almenys per a mi, la gran, l’enorme falta de respecte, a banda dels musclos, és cada vegada que C’s parla en castellà al Parlament, on tots els partits, inclòs el PP, ho havien fet sempre en català.

Los miramientos que tuvo conmigo se ve que no los tiene con la diputada de Cs. Pese a que su lengua materna es el castellano, es una falta de respeto, y enorme, que lo use en el Parlament de Catalunya.

Y el mal ejemplo cunde. Veamos si no lo que se denuncia en Twitter, cuando Quico Sallés señala a una diputada socialista también por expresarse en español:


Nunca se habían atrevido a hablar castellano. Antes de que llegara Ciudadanos, los charnegos sabían mantenerse en su lugar, pero ahora los humos se les subieron a la cabeza. ¿Qué es lo próximo? ¿Que las empleadas domésticas exijan cotizar?

Cómo se echan de menos los tiempos en que la criminalización social del castellano no encontraba ninguna resistencia, y se podía escenificar la realidad paralela de una sociedad monolingüe catalana en el Parlament, administrando los escarmientos correspondientes cuando hacía falta (clic en la imagen para verla más nítida):




Es cierto que últimamente han comenzado a hacer un esfuerzo por disimular, y de tanto en tanto hacen protestas de respeto al castellano y se montan esperpentos como Súmate. Pero no engañan a nadie; a la primera de cambio la pulsión hispanofóbica los puede y muestran la hilacha revanchista contra el idioma español.

Si ni ahora, que tienen que portarse bien, pueden contenerse, no es difícil imaginar lo que ocurriría en una Cataluña independiente. A los castellanoparlantes se nos permitiría usar nuestro "lenguaje" en el ámbito privado, preferentemente en la intimidad (hasta es posible que se elaborara una ley permitiéndonoslo), pero se suprimiría cualquier vestigio de él en la esfera pública. Si hoy no lo prohíben no es por respeto a las minorías (mayoritarias, en este caso), sino sencillamente porque no pueden. Si fuera por ellos, el castellano estaría tan vetado en el Parlament como el ingreso con animales domésticos, armas o sustancias tóxicas.

Lo único que protege —y precariamente— los derechos de los hispanohablantes en Cataluña es la pertenencia a España. En momentos en que el separatismo habla de ensanchar la base social, sería bueno que se plantearan qué oferta creíble pueden hacer a los que, sin perjuicio de expresarnos correctamente en catalán, amamos nuestra lengua materna castellana; porque lo que han hecho y dicho hasta ahora, y siguen haciendo y diciendo, nos aleja cada día un poco más.

martes, 20 de marzo de 2018

Las ventajas de la victoria

Puigdemont está en Suiza haciendo un poco de internacionalización de conflicto. Coincidentemente con su visita, una televisión suiza emitió un "documental" bajo el título "Cataluña: España al borde de un ataque de nervios", que también se proyectó en la conferencia a la que asistió el Extremadamente Honorable. Un amigo separatista --especie que, me enorgullezco de decirlo, no está extinguida, aunque sí amenazada (por ellos mismos)-- me lo recomendó y allí fui:


No soy del todo impermeable al tópico de que los productos suizos destacan por su calidad. Sus chocolates me encantan. También tengo dos barritas de oro 24k muy monas de ese origen, una que me regaló mi difunto padre y otra que me la gané con el sudor de mi frente (aunque juro que no poseo ninguna cuenta en bancos helvéticos). Por algún motivo intuí que el "documental" no iba a alcanzar las mismas cotas de excelencia que los ítems mencionados.

Mi escepticismo resultó justificado. En buena medida el vídeo tiene ese regusto de publirreportaje de tantos y tantos trabajos de periodistas indolentes que quizá no simpatizan a priori con el separatismo catalán, pero que tampoco rebuscan mucho para oír todas las campanas, sino que se contentan con lo primero que encuentran. Y lo primero que encuentran es una horda de separatistas que les presentan productos muy fáciles de insertar, de los cuales los poco pertinaces periodistas suizos se sirvieron a discreción.

La estructura parecía calcada de TV3: entrevistados "de ambos campos", pero no en el mismo número ni de la misma naturaleza. Los separatistas eran más y decían cosas más incendiarias. Los constitucionalistas eran menos, menos variados y más moderados en sus opiniones. A la única política constitucionalista en activo entrevistada (Andrea Levy) los periodistas le repreguntan ("¿Valió la pena?", le inquieren, con relación a la represión brutal del 1-O), y además presentan aparte a un periodista que la refuta. Cuando entrevistan a Puigdemont no le preguntan si su malhadado experimento valió la pena.

Para cada tipo de constitucionalista había una contraparte separatista, pero no ocurría lo mismo a la inversa. Por ejemplo, entrevistan a Elpidio Silva, un exjuez que se ha posicionado firmemente en favor del separatismo, quien carga contra la corrupción del PP sin mencionar en absoluto la de CiU. El documental sí alude --en otro trecho-- a esta última, pero atribuyéndola a un derrame de la española: después de tantos años de corrupción en Madrid, finalmente también aparece en Barcelona. Ninguna mención de Banca Catalana, el caso Palau, el 3% ni ningún otro exponente de la corrupción indígena que ya desde los años 80 azotó a Cataluña. Por otro lado, tampoco se consulta a ningún juez constitucionalista que equilibre la sesgada visión de Silva.

Entre los periodistas entrevistados se cuentan algunos firmemente favorables al independentismo y otros neutrales, pero no entrevistan a ningún periodista decididamente constitucionalista. Así, le toman declaración a John Carlin, quien relata que fue echado de El País por un artículo --dice-- que publicó en The Times. Afirma que el nacionalismo español exige adhesión incondicional, y que un "moderado" como él no tiene cabida (Carlin es de aquellos cuya "moderación" consiste en decir "pero yo, personalmente, votaría en contra de la independencia", para a continuación repetir al pie de la letra los mantras separatistas, al más puro estilo Albano Dante-Fachín). Leyendo el artículo del Times, yo también lo hubiera echado, pero no por moderado sino por pésimo periodismo. En esa pieza de opinión hay de todo, desde la atribución unidireccional de culpas ("la arrogancia de Madrid explica este caos") hasta las adjetivaciones recargadas y manipuladoras ("El peligroso enfrentamiento actual entre los fanáticos españoles y los románticos catalanes nunca habría ocurrido si..."); tampoco se priva, por supuesto, de la cursi analogía de la mujer sometida ("lo que tenemos ahora es el absurdo cruel del gobierno de Madrid actuando hacia los catalanes como un marido que odia a su esposa y la maltrata, negándose a contemplar como ella le abandona, gritando “¡Ella es mía!”"). Para equilibrarlo, la TV suiza podría haber entrevistado a Gregorio Morán, protagonista de un caso exactamente simétrico cuando La Vanguardia lo echó por un artículo particularmente severo contra el nacionalismo, con la diferencia de que además lo censuró, dado que no le publicó el artículo. Aparentemente, los documentalistas helvéticos jamás se enteraron de la existencia de don Gregorio.

Otra periodista consultada es, valga la redundancia apelativa, Concita de Gregorio, la reportera italiana afincada en Barcelona que viajaba en el coche de Puigdemont cuando se cambió de vehículo bajo un puente astutamente burlando al Estado español el 1-O. Esta comunicadora proporciona tópicos, tópicos y más tópicos, lo cual viene de perillas a ese tipo de periodismo de investigación que busca atribuir los comportamientos individuales de una persona a características universales del colectivo al que pertenece. (Probablemente sea también un tópico calificar de "anglosajón" a ese periodismo, pero lo cierto es que este recurso sobreabunda en los medios de lengua inglesa.) Por ejemplo, cuando afirma que "en España para halagar a un catalán le dicen 'no pareces catalán'". Quien, como yo, ha recibido infinidad de veces el "halago" de "¿i com és que parles tan bé el català?" al revelar que era latinoamericano (como si ese origen redujera en una persona la capacidad de aprender idiomas) sabe que esas anécdotas no pueden elevarse a categoría, pero a de Gregorio (y a sus entrevistadores) es demasiado pedirles ese tipo de reflexiones, que además serían poco convenientes para el tono sensiblero perseguido.

Con todos estos elementos parecería que el documental tendría que terminar proyectando una imagen desastrosa para España y esplendorosa para el independentismo. Y sin embargo, en el balance final resulta bastante equilibrado. ¿Por qué?

La respuesta tiene que ver fundamentalmente con la victoria de la legalidad y el fracaso de las fuerzas golpistas. Los realizadores suizos, con todas sus deficiencias en cuanto a cómo se investiga un tema, sí tuvieron algo en claro: no se puede dejar al espectador con disonancias cognitivas. En este caso, la pregunta que quedaría flotando después de escuchar los testimonios pro-proceso es: si estos tienen la razón en todo, ¿cómo es que sufrieron una derrota tan ignominiosa? A la gente no le gusta que los malos ganen y los buenos pierdan, y si así ocurre alguna explicación hay que darles.

Sabedores de esta necesidad, los documentalistas buscaron análisis externos. Y aquí es donde la verdad se empieza a imponer. Los procesistas tienen bastante control sobre lo que pueda ocurrir en Cataluña, donde tienen copados los espacios sociales. Pero en el exterior, pese a los denodados esfuerzos internacionalizadores de la anterior gestión, su influencia es limitada, y tienen que confiar más que nada en los prejuicios que puedan tener los analistas. El problema es que estos prejuicios van en rápida disminución en la medida en que el tema catalán interesa y la gente se pone a estudiarlo de verdad.

Así, el documental recaba la opinión del periodista Jean Quatremer, y este describe a Rajoy y Puigdemont como "dos intelectos limitados", una combinación siempre peligrosa. También la del historiador Paul Preston, quien dice sin ambages que Artur Mas buscó un chivo expiatorio ante la impopularidad de sus recortes, y el órdago al Estado fue resultado de ese intento de desvío de culpas. Por otra parte consultan al eurodiputado Jean Arthuis, el cual describe cómo la huida de empresas le explotó en la cara a Puigdemont y califica como increíble que no lo haya previsto. Solitario entre estos opinadores extranjeros, el eurodiputado Mark Demesmaeker deplora la denegación por parte de España del derecho de autodeterminación a Cataluña, aunque su condición de nacionalista flamenco disminuye un poco la credibilidad de su valoración. Pero el mazazo definitivo a la imagen del independentismo catalán lo asesta otro eurodiputado, el mítico Daniel Cohn-Bendit. Este protagonista del mayo francés redondea la idea de que los movimientos separatistas que en Europa son, ya se trate de los de Flandes, Cataluña, Lombardía o el Véneto, no son sino el reflejo de sociedades opulentas que quieren compartir un poco menos su riqueza. Ante esta respuesta que satisface el criterio de la navaja de Ockham (explicación sencilla, lógica y de claridad meridiana de un fenómeno, cuando las demás son más complicadas o requieren amplias peticiones de principio), todo el edificio retórico amorosamente construido en el documental por Maite Aymerich, alcaldesa indepe de Sant Vicenç dels Horts, Gabriel Rufián, diputado separatista a las Cortes, o Carles Porta, biógrafo de Carles Puigdemont, se derrumba. No sólo por su endeblez argumental (las apelaciones sentimentales siempre pierden frente a los datos duros) sino por su calidad de parte interesada, que sólo aparece como verdaderamente evidente cuando se los confronta con gente que no tiene nada que ganar (ni perder) en el conflicto.

No es cierto que la historia la escriban siempre los vencedores. En este caso la estaba escribiendo un modesto equipo documental de la televisión de un pequeño país centroeuropeo. Pero sí es cierto que la verdad, cuando triunfa, obliga a recapacitar a aquellos escribidores de la historia que, en un escenario incierto o indefinido, muy probablemente se hubieran dejado enmarañar en las redes de la mentira.

lunes, 5 de marzo de 2018

Lo que dicen ahora vs. lo que decían entonces

A los triunfadores en cualquier contienda política, ideológica o aun militar se les recomienda una práctica muy saludable de cara a la convivencia: la generosidad en la victoria. El separatismo catalán le ha dado la vuelta a este principio, y en un ejemplo más de su continuo hacer de necesidad virtud está ejerciendo la generosidad en la derrota. Ahora, con su movimiento totalmente desarbolado, y no precisamente por la aplicación del artículo 155 sino más bien por las divisiones internas y las poco juiciosas decisiones tomadas, algunos líderes independentistas comienzan a manifestar una voluntad conciliadora que de ninguna manera exhibieron cuando, con ese autoengaño propio de quien comienza yendo de farol y termina creyéndose su propio órdago, sentían que la victoria estaba al alcance de la mano. Lo cual, lógicamente, está desencantando un poco a sus irreductibles seguidores, a quienes no les gusta esta nueva melodía que está tañendo el flautista de Hamelín.

En el día de hoy, las bases independentistas están poniendo a parir a Joan Tardà, el jefe de los diputados de ERC en el Congreso, por un artículo que publica en El Periódico bajo el título "Ni astucias ni huida hacia delante; ahora toca ser más". El artículo recuerda, cómo no, que España está haciendo todo mal, a diferencia de la actitud adoptada por otros países civilizados:

Por un lado, el modelo de Canadá en el que su gobierno llevó a cabo unos profundos cambios y transformaciones (hay que recordar que incluso hicieron del francés lengua oficial en todo el estado) para que una parte de los quebequois independentistas se sintieran cómodos en Canadá. Lo hicieron sin pactar con Quebec.

Quiero creer que por ignorancia, y no maliciosamente, Tardà tergiversa completamente la realidad histórica. Canadá oficializó el francés en 1969, mucho antes de los referéndums separatistas de 1980 y 1995. No fue, por ende, una transformación para dejar contentos a los quebequeses. Si alguna conclusión se puede sacar de ello es que el independentismo catalán no cejaría en su empeño aunque el catalán se hiciera oficial en toda España.

El otro ejemplo que brinda Tardà es el Reino Unido: la "fórmula pactada entre David Cameron y Alex Salmond para la celebración del referéndum sobre la independencia de Escocia". Ninguna referencia a cómo la afición de Cameron a jugar a la ruleta rusa de los referéndums terminó en el Brexit con la consecuente pérdida de la Agencia Europea del Medicamento (y lo que vendrá, que es imprevisible y por lo tanto temible).

Hasta ahí, victimismo y falsa analogía separatistas de manual. Pero más adelante Tardà hace, con la boca tan pequeña como puede, un reconocimiento de debilidad, al tiempo que abre su mano a otras fuerzas progresistas que se rehúsan a romper Cataluña:

No obstante, el independentismo solo tendrá éxito si entiende que debe acumular fuerzas ( "no somos bastantes" hemos repetido muchas veces). Para ampliar la mayoría social dos ideas son imprescindibles, sin las cuales nada tiene sentido: que Catalunya es y debe ser un solo pueblo en un marco de libertades, de progreso económico y de justicia social (este es el consenso social que se formó en la lucha antifranquista de la Assemblea de Catalunya y que el movimiento por la República debe atraer) y que necesitamos conocer el mejor camino para llegar a la cima y con quién hay que transitar por él. En este sentido, el republicanismo debe converger con las fuerzas políticas que también defienden el referéndum vinculante, lideradas por Xavier Domènech, y debe abrir vías de diálogo franco (el municipalismo puede ser un buen laboratorio) con el socialismo catalán del PSC de un Miquel Iceta que debe decidir si se planta o abona la involución de los derechos y libertades.

El desasosiego de sus fieles proviene de que haya osado sugerir contaminar la purísima composición química del independentismo con acercamientos heréticos a comunes y socialistas. Pero en el proceso, Tardà admite que el número de separatistas no alcanza para lograr sus objetivos. Es loable que lo reconozca, y hasta es posible que sea cierto que lo repitió muchas veces.

Pero no es lo que decía cuando sentían que podían ganarle el pulso al Estado. En octubre de 2016, en una entrevista con la revista Jot Down, esto declaraba el republicano:

Todo se basa en el mandato democrático. Si hay una mayoría, casi una mayoría o una incipiente mayoría de catalanes que consideramos que si nos gobernamos a nosotros mismos tendremos capacidad para construir mejor una sociedad distinta, no hace falta ninguna otra explicación. Después dependerá de las hegemonías, pero después.

Esto no suena como "no somos bastantes". Suena más bien como "puesto que tenemos mayoría parlamentaria, lo vamos a hacer sin rendirle cuentas a nadie". Esto se confirma en otro trecho de la entrevista:

—Pero ahora sí se tendrán que convocar unas elecciones y todos los catalanes tendrán que saber que son unas elecciones que están convocadas para que el Parlamento debata y apruebe una constitución. Quiere decir que los catalanes no independentistas tienen que tener el derecho a ganar y a decir si ganan: «Señores, como somos mayoría, este parlamento no hará la constitución.»
—¿Mayoría de escaños o de votos?
—De escaños.
—¿Como la del 27-S?
—Claro, porque aprobar la constitución de la república lo tienen que hacer los parlamentarios, es decir, los escaños.

Con todo el cinismo de que es capaz (y eso en el ámbito separatista es mucho), el Tardà de 2016 concedía a los no independentistas el derecho de evitar una constitución para una república catalana independiente solamente en el caso de que pudieran ganar en escaños, lo cual sabía muy bien que es imposible debido a la sobrerrepresentación legislativa que tienen las zonas carlistas de Cataluña donde el separatismo arrasa. En aquel momento, cuando se sentían poderosos e imparables, no tenían ningún remordimiento por no ser suficientes. Se aferraban al argumento legalista de los escaños. "La ley es la ley", parecían decir quienes, por otro lado, en otros debates sostenían que por encima de la ley está la democracia.

En otro pasaje de su artículo de El Periódico, Tardà propone:

Será necesario también que en el independentismo haya menos tripas y más cerebro.

Pero en la entrevista de 2016 preconizaba actitudes 100% viscerales:

—¿Ves una huelga de hambre de los diputados de ERC? 
—Perfectamente. De hecho, ¿qué harán cuando imputen al president Puigdemont? 
—Has dicho que es probable que pase tres meses en la Modelo. 
—Sí. Ya sabremos encontrar las maneras ingeniosas de hacerlo. 
—¿De pedirle al president que pase una temporada en la cárcel? 
—No, que si treinta mil personas se tienen que estirar cada domingo en la autopista se estirarán. 
—¿Crees que treinta mil catalanes harán esto? 
—Desde la liberación de París, ¿me sabrías decir alguna movilización parecida a las que hemos protagonizado? 
—Pero es una vez al año. 
—¿Me sabrías decir algún lugar de Europa o del mundo donde una vez al año hagan esto, aparte de aquellos que dan la vuelta a la piedra de La Meca?

Tenderse el fin de semana en la autopista no parece un procedimiento muy cerebral. Más bien de descerebrados. La súbita conversión a la cordura de Tardà se debe a varios factores, pero esencialmente a que llegó el 27 de octubre, el Parlament dijo algo de independencia y no hubo hordas de catalanes sedientos de libertad que tomaran el aeropuerto de El Prat. Por no haber, tampoco ha habido diputados de ERC en huelga de hambre, siendo que a los dos legisladores más prominentes de esa fuerza les vendría muy bien para su también prominente silueta. Es fácil jugar a la épica desde la redacción de un diario, pero para la épica de verdad se necesita desesperación (desesperación de verdad, no la impostada en Twitter), un activo en falta en la aburguesada Cataluña separatista.

Así es Joan Tardà, ese señor probablemente afable en su trato personal, pero que como político es falso y oportunista, no duda en proponer chantajes (como el de obstruir las vías de comunicación) y ahora tiende un puente hacia otras fuerzas porque no le queda otra, y no porque alguna vez lo haya animado un espíritu de concordia y consenso entre todos los catalanes. Es de esperar que ni CeC ni el PSC accedan a su interesada propuesta; sencillamente es inútil cualquier intento de negociación con estos epítomes de la deshonestidad. Más vale aplicar con ellos aquella otra máxima militar, la que se reserva para quienes jamás estarán interesados en conceder nada: al enemigo ni agua.

sábado, 24 de febrero de 2018

Una excursión lingüística virtual a la Cataluña profunda

Los que conocemos de primera mano la situación lingüística en Cataluña nos enfrentamos a diario con un argumento que desafía no sólo cualquier lógica o razonabilidad, sino lo que nuestra experiencia nos dice a gritos. Los estudiantes de Cataluña, afirman fuentes separatistas, terminan su educación secundaria dominando perfectamente el catalán y el castellano, y con un conocimiento de este último superior al de la media de alumnos españoles. Quienes esto sostienen presentan como evidencia los resultados de lengua castellana en diversos tests y pruebas que certificarían su alto dominio por parte del alumnado catalán, al menos en comparación con sus pares del resto del Estado. De esta manera se llega triunfalmente al corolario: las dos a tres horas de castellano que se imparten (según el nivel) en los colegios e institutos públicos de la comunidad autónoma bastan y sobran para asegurar la correcta absorción de este idioma.

¿Cómo se llega a estos resultados? Básicamente, a través de evidencia experimental no homologable. Por ejemplo, las Pruebas de Acceso a la Universidad (PAU), que efectivamente incluyen un test de castellano, pero que poseen enunciados distintos en cada comunidad autónoma. No me extenderé mucho sobre este tema porque ha sido analizado de forma muy completa y rigurosa por otras fuentes, como esta. Pero sí quisiera incidir en dos aspectos poco comentados de estas evaluaciones.

En primer lugar, las pruebas se suelen calificar cuantitativa pero no cualitativamente. Si un alumno andaluz cometió diez errores y un alumno catalán cometió cinco, la "conclusión" sería que el alumno catalán sabe mejor castellano. Y no es así, ya que existen lo que podríamos llamar "errores castellanos" y "errores no castellanos". El expresidente catalán Puigdemont dio un ejemplo en su primera entrevista con Ana Pastor en El Objetivo de La Sexta. Puigdemont usó expresiones como "haiga" y "conduciera", por un lado, y "no hemos estado capaces" y "defensemos", por la otra. Si bien las cuatro constituyen errores, las dos primeras son errores posibles en castellano; las dos últimas, no. El que dice "conduciera" por "condujera" está hablando en castellano defectuoso; el que dice "defensemos" por "defendamos" directamente no está hablando en castellano. Son calidades de errores muy distintas, y sin embargo una prueba evaluada de forma puramente cuantitativa no tendría en cuenta esa diferencia.

En segundo lugar, las evaluaciones se centran en la lengua escrita, y por lo tanto no miden en ningún caso la fluidez en el habla, que nuestra experiencia indica que es donde fallan calamitosamente los estudiantes de la Cataluña profunda. Personas que se traban al hablar, que dicen una palabra por otra, que no encuentran la palabra, que introducen calcos del catalán..., todos estos tipos de hablantes pasan inadvertidos en los tests, que al ser íntegramente escritos permiten al examinando reflexionar, poner un sinónimo si no están seguros de un vocablo u ocultar inseguridades en la pronunciación de la s y la z. No sé si de forma consciente o no, pero los que proclaman el esplendoroso nivel de castellano de los estudiantes catalanes aprovechan la naturaleza escrita de los tests para negar la dolorosa realidad: alguien que no recibió más que dos horas de castellano en la escuela y que no lo practica en la calle se vuelve incapaz de hablarlo con soltura. 

Pero ¿cómo demostrarlo? Un análisis serio pasaría por diseñar encuestas que verdaderamente reflejen estas deficiencias. Personalmente no dispongo de los medios ni de los conocimientos para emprender un trabajo así, pero eso no quiere decir que no exista ninguna evidencia de ningún tipo. A continuación comentaré un material muy interesante encontrado en una red social que permite asomarnos al ancho mundo de los catalanes monolingües, para los cuales hablar en castellano constituye un verdadero dolor de cabeza.

Racó Català es un foro de adolescentes y adultos jóvenes mayoritariamente de las comarcas del interior de Cataluña y fanáticamente independentistas. En 2011, un usuario del foro, Cap_de_trons, lanzó una encuesta titulada "Us costa expressar-vos en castellà?" ("¿Os cuesta expresaros en castellano?"). Es la pregunta que jamás veremos en las PAU ni en las encuestas del Centre d'Estudis d'Opinió de la Generalitat de Catalunya; pero es que si las viéramos, las respuestas probablemente no serían sinceras. Es en un medio de independentistas donde los jóvenes monolingües pueden llegar a sincerarse en la creencia de que nadie los espía. A continuación vemos el resultado de la encuesta (hacer clic en la imagen para verla más nítida):


Como se ve, el 52% declaran que se expresan mejor en catalán y el 12% que el castellano "les cuesta un huevo", para un total de 64% a quienes les cuesta expresarse en español. Pero lo más interesante, sin duda, es la naturaleza de los comentarios de los usuarios. Tenemos así que la usuaria Skarly comenta:

Tot i viure al Baix Llobregat el meu entorn és catalano parlant, així que el castellà no el domino gens. Quan he de tenir una conversa fluida o profunda les passo putes, sobretot al principi, perquè em costa moltíssim canviar el xip. Sempre em veig com estúpida, perquè sento que no expresso el que realment vull dir, així que o bé acabo parlant en català, explicitant abans que si no s'entén quelcom se m'avisi o bé acabo la conversa i n'inicio alguna més banal
I també, de tant en tant em trobo que no entenc algunes expressions castellanes

Esta usuaria se ve como estúpida al no poder expresar lo que realmente quiere en castellano, en abierta contradicción con los defensores de la inmersión lingüística que le diagnostican un óptimo dominio de la lengua. Por no poder, ni siquiera puede entender completamente el idioma, ya que hay expresiones que no conoce. Tristemente, el sistema tampoco parece haberle garantizado un buen catalán, dado que comete un error gramatical al olvidar el de partitivo en "n'inicio alguna més banal", que debería concluir "... de més banal".

El forero Temps difícils, por su parte, testimonia:

M'expresso molt millor en català que en castellà. El català l'he parlat sempre i a tot arreu, i venint a estudiar a Barcelona he pogut comprovar que tinc un nivell de castellà molt més baix que la resta: em costa dir exactament el que vull, no em surten algunes paraules, vaig lent...
De fet, res que no sapigués, l'únic que aquí la gent el parla molt millor (i molt més sovint) i la diferència és molt més gran. A més, continuo sense utilitzar-lo gaire, només quan m'hi veig obligat. 

A este joven también le cuesta decir lo que quiere, no le salen las palabras y habla con lentitud. Es un excelente testimonio del desastre de la inmersión: se están creando distintas castas lingüísticas, dado que, como bien lo apunta, la gente de Barcelona sí que habla muy bien el castellano.

Otro miembro del foro, Porc amb curry amb arròs, manifiesta:

Jo fa anys que vaig deixar de parlar en castellà i ja de per si tenia un nivell bastant fluixet... així que imagineu-vos... tinc un accent català impresionant, no me surten algunes paraules i me costa un merder dir la "c" castellana (o m'esforço bastant o en comptes de palacio dic palasio...).
La paraula que em costa un merder de dir és ascensor. Proveu-ho!
I no és que no en sàpiga, el problema és que em fot un pal tremendo haver de traduïr cada frase. En algun viatget que he fet per les espanyes, si la conversa és prou llarga em canso mentalment, com quan parlo en anglès.

Aparte de sus dificultades de pronunciación, confiesa que al hablar en castellano tiene que traducir cada frase y que si la conversación es larga se cansa mentalmente, como cuando habla un idioma extranjero.

Seguimos con el comentario del participante Heavyata Rural, quien manifiesta:

Fa més de vint anys que només parlo en català. Només parlo en castellà una setmana a l'estiu, la del viatge de vacances, atès que sempre vaig a l'estranger . Soria, Teruel, Cuenca... Ah, i el camí de santiago de l'any 2000... 
I he de rumiar què dic, perquè no em surt espontàniament. Evidentment dec dir algunes expressions estranyes, i jo no me n'adono... I se'm nota l'accent català "de una hora lejos". Dic, no una paraula, sinó UNA lletra, i ja se'm nota, de debò.
Reconec que en aquests vint anys i escaig he perdut molt de castellà, malgrat viure al Baix Llobregat i veure les notícies de la sexta i altres cosetes esporàdiques a la tele, com la genial "aquí no hay quién viva" (la radio només l'escolto en català).

A este otro ejemplo de monolingüe no sólo le cuesta horrores la pronunciación castellana, sino que tiene que pensar lo que dice (no le sale espontáneamente) y piensa que sin darse cuenta dice expresiones extrañas, poniendo una vez más en entredicho la verdad aceptada del dominio seguro del catalán por parte de estudiantes catalanes.

Continuemos. El forero _25047_ nos cuenta:

M'han dit que tinc bastant accent, però les catalanades profundes les puc constatar (escobar per barrer, escaufar en comptes de calentar, súcar en comptes de azúcar... no puc evitar que se m'escapin si no m'hi fixo ). 
M'hi expresso bé si m'hi fixo i per escrit el domino, però si és informalment se'm fot pesat parlar-lo, i em surt hibridat i poc natural.

Este inmersionado declara dominar el castellano por escrito, pero se le hace pesado el registro oral, en que no puede evitar usar palabras catalanas, con el resultado de un habla híbrida y poco natural.

A continuación llamamos a testificar al usuario albert23, quien nos relata:

Veig que no sóc l'únic que no sap parlar castellà. Bé, de fet només l'he parlat quan he viatjat a Espanya: a Madrid o a Galiza. I a Madrid em van fer repetir més d'una i de dues vegades el que deia, ja que deien que no m'entenien. El meu accent és increïble. Tot i parlar castellà sembla que parli en català. El fet de només haver-lo parlat quatre vegades en tota la meva vida suposo que hi ajuda... me n'avergonyeixo i tot a vegades... És que de fet no he tingut mai una conversa mínimament llarga en castellà...

Directamente afirma que no sabe hablar castellano. Su manejo de la lengua es tan defectuoso que en Madrid le hicieron repetir más de una y dos veces lo que decía. Y se avergüenza de su bajo nivel.

Otros de estos jóvenes desmienten la noción de que "la lengua no es un problema en Cataluña". Veamos el comentario de Front Patriòtic:

Fa molt que no el parlo i tampoc no el llegeixo.
L'evito tant com puc per no embrutar ni infectar el meu cervell amb aquesta llengua de 400 milions de pobres que a més és la llengua de la metròpoli la imposició de la qual ha costat la sang a milions de catalans al llarg de la història.

Lo que este forero dice explícitamente —que no quiere infectar su cerebro con una lengua de 400 millones de pobres— es la ideología implícita detrás de muchos teóricos de la inmersión que declaran su amor por el castellano, al tiempo que encuentran que hay que eliminarlo de las aulas para no perjudicar el aprendizaje del catalán de los niños castellanoparlantes.

Esta ideología está presente aun en la minoría de foreros que sí declaran tener un buen nivel de castellano, como es el caso de arderyn:

M'expresso en català com en cap altra llengua, ja que és la meva llengua. El castellà per desgràcia, l'he après més del que voldria, ja inevitablement el tenim a sopa. I si, també m'hi sé expressar prou bé, tot i que la veritat és que no me'n sento gens orgullosa perquè ho faig a contracor, i per obligació. Preferiria parlar així de bé l'anglès o l'alemany, la veritat.

Esta joven el castellano lo aprendió más de lo que querría, y no está orgullosa, porque para ella aprenderlo ha sido una obligación, y no un deber derivado de la naturaleza bilingüe de Cataluña. Es un ejemplo más del para nada inusual fenómeno de catalanes que no registran la existencia de la mayoría de otros catalanes que tienen como lengua materna el castellano.

Se podrá decir, y con razón, que esta muestra no es una encuesta. Hasta se podría aducir que el 64% de personas que en este foro de internet declaran tener problemas con el castellano son una excepción no representativa de nada. Es correcto, pero el hecho de que existan estas excepciones es en sí ilustrativa de que algo falla. De los 8 millones de nativos de Andalucía o de los 6 millones de nativos de Madrid el número de personas que tienen que pensar al hablar en castellano es exactamente cero. Sería irrazonable pensar que hablantes de otro idioma puedan superarlos en castellano con sólo 2 a 3 horas de estudio del idioma, pero esto es lo que sostienen los defensores de la inmersión lingüística (y que las "excepciones" desmienten).

Yo, que he recorrido Cataluña desde el Ebro hasta Roses y desde Barcelona hasta la Vall d'Aran, tengo para mí que lo que recogí en esta entrada es la norma, no la excepción. En este momento existen en Cataluña dos grandes bloques lingüísticos: las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona, donde la gente aprende catalán en la escuela y castellano en la calle, y la Cataluña rural, donde la gente aprende catalán en la escuela y también catalán en la calle. De esa manera, un sector importante de la comunidad avanza rápidamente hacia el monolingüismo. Un monolingüismo matizado, es cierto, debido a dos factores: uno, la gran similitud lingüística entre el castellano y el catalán; y otro, la presencia del castellano en los medios y las redes. El conocimiento del castellano nunca va a ser nulo entre los catalanohablantes nativos, ni les llegará a resultar una lengua extraña como a un italiano o a un portugués. Pero en la Cataluña rural sectores inmensos de la población están creciendo sin fluidez oral en el idioma. Todo esto alentado entusiastamente por las autoridades educativas y aceptado hasta con orgullo por los perjudicados por el sistema, que, como vimos, no pueden ni siquiera desenvolverse en Barcelona, al estar rodeados abrumadoramente de una lengua que ellos no terminan de dominar.

De esta manera, tenemos el fenómeno llamativo de un sistema, la inmersión, apoyado con mayor intensidad por quienes más damnificados resultan por él: los catalanes a quienes el uso equilibrado de lenguas en la escuela les brindaría una exposición al castellano que supliría la falta de contacto con el idioma en su entorno social. Sin adentrarnos en tesis psicológicas que no estamos capacitados para formular, sólo podemos extrañarnos de que un grupo muy numeroso cuyo horizonte social (y laboral) se reduce por no conocer el idioma mayoritario de su país apoye a quienes hacen todo el esfuerzo posible por que no lo aprendan.

jueves, 15 de febrero de 2018

Algunas verdades incómodas sobre la inmersión lingüística

Hoy trascendió que el Gobierno central, en ejercicio de sus funciones ejecutivas en Cataluña al amparo del artículo 155, planea establecer una casilla en el formulario de inscripción de niños a las escuelas para que los padres indiquen si quieren escolarizar a sus hijos en catalán o en castellano. Esto implicaría acabar de facto con la inmersión lingüística obligatoria, que es el sistema que hoy rige en la comunidad autónoma.

Las reacciones del separatismo no se hicieron esperar. Algunas contenían el habitual despliegue de hispanofobia, pero otras denotaban una genuina preocupación, como en este tuit del diputado al Congreso Gabriel Rufián, de ERC, él mismo castellanohablante:


Hay que valorar la diferencia entre una reacción irracional y este tuit. Rufián ofrece un argumento para rechazar el proyecto del Gobierno, y me parece importante examinarlo.

Existe un amplio consenso entre los lingüistas en el sentido de que la escolarización en lengua materna es el procedimiento óptimo para desarrollar plenamente el potencial de aprendizaje de un niño. De hecho es lo que recomienda la UNESCO, apoyada en numerosos trabajos académicos, tales como:


 De hecho, cuando en el Congreso de los Diputados se debatía, allá por 1978, la cooficialidad de las lenguas locales de las distintas comunidades autónomas, Ramon Trias Fargas, en nombre del grupo entonces llamado Minoria Catalana, defendió la educación en catalán para los niños catalanoparlantes en los siguientes términos:

[Hay] un principio pedagógico universalmente reconocido que es que la enseñanza, sobre todo la primera enseñanza, pero en general la enseñanza, en la lengua materna, es un postulado insoslayable. Es necesario sicológicamente, pedagógicamente, que los niños, que los jóvenes se enfrenten con los primeros conocimientos de la vida, con los primeros razonamientos, con el primer uso de la inteligencia en su lengua materna.

De modo que parecería lógico que, en un entorno donde ello sea posible, todos los padres pudieran optar por que sus hijos fueran educados en la lengua que hablan en casa. Ahora bien, ¿existe esto realmente como un derecho? La gran falacia del independentismo ha sido repetir, por activa y por pasiva, que ese derecho no existe, hasta llegar a criminalizar a quienes osen reclamarlo. Así, una exconsellera de Educación, Meritxell Ruiz, declaraba al diario ARA:

Amb l’ operació diàleg començada, quan vam demanar que suspenguessin els 6.000 euros per estudiar en castellà, la resposta va ser no. Però com s’ha vist amb la sentència del Tribunal Superior de Justícia de Madrid, ho tenim ben argumentat: no existeix el dret de triar la llengua. Ara, més que els 6.000 euros, el que em preocupa més és l’ambient que s’ha creat de carregar-se l’escola de Catalunya.

En tanto que Irene Rigau, otra antigua titular del área, manifestaba a La Vanguardia:

Quiero recordar que no hay ninguna sentencia que reconozca el derecho a elegir la lengua de la enseñanza. Este derecho no existe, pero se ha creado un imaginario sobre el que es el que conforman nuevas realidades políticas.

Ambas mintieron como bellacas (de existir este femenino). El derecho a decidir la lengua de escolarización de los hijos existe no ya en algún oscuro documento internacional sino en la propia Ley de Política Lingüística de Cataluña de 1998, que en su artículo 21, párrafo 2, establece:

Los niños tienen derecho a recibir la primera enseñanza en su lengua habitual, ya sea ésta el catalán o el castellano. La Administración ha de garantizar este derecho y poner los medios necesarios para hacerlo efectivo. Los padres o tutores lo pueden ejercer en nombre de sus hijos instando a que se aplique.

De modo que tanto el sentido común como los trabajos académicos como la legislación apuntalan el derecho de los padres castellanohablantes a requerir que las primeras letras les sean impartidas a sus hijos en castellano. Pero si se les enseña en catalán, ¿tendrá eso un efecto positivo para la lengua catalana? La lingüista Carme Junyent, autora de Vida i mort de les llengües, se permitía dudarlo en una entrevista para VilaWeb:

En ple franquisme es parlava molt més català que no ara, no? Quan tens la política en contra resulta que la llengua va fent... Quan en teoria tens la política a favor resulta que la llengua recula. Aquesta paradoxa ens hauria de fer rumiar molt. Segurament necessitem els polítics perquè dinamitzin la societat, però jo crec que les coses que vénen des de dalt, en qüestions de llengua, generen rebuig.

Esta sensación de que se hablaba más catalán cuando estaba prohibido que ahora que es obligatorio, que muchas personas que vivieron ambas épocas confirman, parecería refutar aun el argumento utilitario de que la inmersión es un remedio para la supuesta situación precaria de la lengua catalana.

---o---

Y sin embargo, lo más criticable del tuit de Rufián no tiene que ver con las razones expuestas arriba.

Lo más criticable de ese tuit es la idea implícita de que los derechos educativos de una persona dependen del número de personas que hablen su idioma. La noción de que los niños castellanoparlantes de Cataluña, por el hecho de hablar una lengua "fuerte", tienen alguna particular obligación de asegurar la supervivencia del idioma de otros, y de que en función de eso tienen que renunciar a lo que psicólogos, pedagogos y lingüistas coinciden en recomendar: la educación en su idioma materno.

Es necesario que la comunidad de habla castellana de Cataluña reaccione contra este concepto perverso de que la educación está para salvar lenguas y no para asegurar el derecho individual de cada alumno a desarrollar al máximo su potencial de aprendizaje. Y es necesario que a ellos se unan los catalanoparlantes esclarecidos que comprendan que, como dice Junyent, con la coerción no se va a conseguir que se hable más su idioma.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Argumentos separatistas que ni ellos mismos se creen

El separatismo es lo suficientemente irracional como para movilizar la fe ciega de sus adeptos, particularmente la de sus recientes conversos; y lo bastante realista como para comprender sus limitaciones (lo cual les ha permitido, in extremis, abstenerse de dar saltos al vacío irreversibles). Por ello, la intelligentsia separatista no se hace ninguna ilusión respecto a los generosamente subvencionados digitales del movimiento. Saben que los van a leer sus incondicionales, no el catalán de a pie al que tendrían que convencer. Un interesante subproducto de esta realidad es que los separatistas suelen admitir en sus medios ciberespaciales lo que tozudamente niegan cuando debaten en ámbitos neutrales.

Por ejemplo, los siguientes argumentos resultarán familiares para cualquier constitucionalista:


  • "En realidad, el independentismo ya superó el 50% de los votos, ya que aproximadamente la mitad de los comunes votarían sí a la independencia en un referéndum."
  • "El independentismo es un movimiento de abajo hacia arriba. Es la calle la que obligó a los dirigentes de los partidos a seguir el camino que emprendieron".


Esto nos dicen en los debates por correo electrónico y en las charlas en la oficina. Sabemos que son falacias como la copa de un pino, pero ¿realmente se las creen? Una manera de verificarlo es ver qué dicen sus ideólogos cuando piensan que nadie los mira... por ejemplo en sus medios digitales. Recientemente me topé con una entrevista en VilaWeb a Eduard Voltas, un editor y columnista a quien se suele ver en Twitter y otros ámbitos virtuales despotricando contra el constitucionalismo.

Después de afirmar que "el poble" (como se sabe, los separatistas son el pueblo) ha demostrado una "valentia espectacular", Voltas mantiene el siguiente intercambio con su entrevistador:

—Una valentia que no va evitar que en un moment determinat quedés tot penjat…
—Això ho va decidir la direcció política del moviment. Aquell cap de setmana del 27 d’octubre hi havia centenars de milers de persones esperant instruccions i completament disposades a una estratègia de desobediència civil i defensa pacífica però contundent de la República proclamada. (...) La força popular que hi ha hagut ha estat brutal, però no imparable. Ens han parat, oi? I la direcció política va decidir frenar en un moment determinat. És curiós perquè veníem de l’1 d’octubre, que va ser un autèntic festival de coordinació executiva i emocional entre les institucions i el carrer. I vam pensar que tenien igual de ben preparat el 27 d’octubre que l’1. Els que havíem estat capaços de fer l’1 d’octubre havíem de tenir un pla per fer la independència. I va resultar que no n’hi havia.

¿Personas esperando instrucciones? Pero cómo. Este era un movimiento de abajo hacia arriba. Los dirigentes tenían que seguir al pueblo, no darles órdenes. Y ahora resulta que, tal y como habían osado sugerir los fascistoides medios españoles, los líderes sí tenían, al fin y al cabo, la capacidad de activar y desactivar a la calle separatista. La sed de libertad de esta última era inmensa, descomunal, pero no tan incontrolable como para que empezaran a desobedecer por sus propios medios, que es lo que hacen las masas auténticamente desesperadas en los países verdaderamente oprimidos.

En otro trecho de la entrevista, Voltas sugiere que parte del voto a Ciudadanos el 21 de diciembre puede ser canalizado hacia el independentismo, porque era en realidad un voto castigo hacia este último. Pero ¿qué castigaban? Voltas:

Crec que hi ha una part d’aquest vot que és un vot de censura de la manera com l’independentisme ha fet les coses. Bàsicament per una raó: ‘no podeu fer això perquè no teniu la majoria’. Hi ha una part del vot de Ciutadans que és identitari, espanyolista… i sàdic. És així. Però estic segur que hi ha una part de l’electorat seu que els vota per això. També una part de l’electorat del PSC. És una gent que desactivarà la seva oposició a la independència en el moment que l’independentisme pugui presentar una victòria electoral amb més del 50% dels vots.

Es oficial, entonces. El independentismo nunca obtuvo más del 50%. Lo que señalábamos infatigablemente los execrables ciudadanos que adherimos al vetusto documento de la Constitución española ahora es confirmado por un propagandista del separatismo.

A veces nos exasperamos con la dialéctica separatista. Nos piden demostrar nuestras afirmaciones más evidentes (por ejemplo, que con dos horas de castellano por semana no se puede aprender bien el idioma). Por otro lado, aducen argumentos tan palmariamente falaces que nos preguntamos: ¿cómo puede una persona mínimamente inteligente dar crédito a esos disparates? Pero como los ejemplos de arriba ilustran, la explicación es muy sencilla: aunque usen esos artefactos retóricos para marear perdices y enredar madejas, la realidad es que ellos mismos no se los creen.

viernes, 26 de enero de 2018

Yo a usted lo conozco de algún lado

En el separatismo todo es amor y flores hacia la Cataluña suburbana a la que necesitan con desesperación para llevar adelante su agenda. Hasta les montan asociaciones como Súmate, promotoras de un ficticio entusiasmo independentista dentro de la masa castellanohablante, y ponen a gente como Eduardo Reyes y Gabriel Rufián como "cuota charnega" en sus listas electorales. Claro que todo tiene un límite, y periódicamente, sobre todo cuando se dirigen a su propia capilla, esos mismos separatistas estallan y se abandonan al supremacismo más vulgar. Artículos como Cornellà no es como Catalunya, publicado en el emblemático digital secesionista El Nacional, estigmatizan a las ciudades catalanas donde la gente, inadaptada, vota a Ciudadanos. Su autor, Jordi Galves, no deja tópico sin aplicar:

Cornellà forma parte de la Catalunya española, de una tierra fuertemente castellanizada, colonizada, asimilada, en buena parte, a España y olé, donde los catalanohablantes vivos son minoritarios y a veces invisibles, remotos, una tierra donde la inmensa mayoría son inmigrantes o hijos de inmigrantes y viven exclusivamente, aisladamente, en español. Una tierra de nacionalismo español muy marcado, de españolismo. Una tierra donde solo hay un colectivo que se cree superior a los demás colectivos y que ha decidido no integrarse en Catalunya.(...)
Yo he conocido un encendido desprecio por Catalunya en esta tierra plural y diversa de Cornellà donde la cultura era sólo un desagradable distintivo de ricos, una marca de disidencia, donde además la cultura catalana era vista como una imposición intolerable de una gente desconocida a la que se odiaba o se despreciaba.

Se echa de menos alguna alusión a los toros y la pandereta, pero la idea más o menos está: charnegos caca, arrogantes en su inferioridad, impermeables a la cultura y el pensamiento, en definitiva imposibles de convertir a la verdadera fe.

Como en esto de estereotipar ningún indepe quiere ser tachado de flojo, en un reciente artículo del no menos representativo digital Vilaweb se redobla la apuesta. La pieza, titulada Els quinquis, supera con creces el alto listón dejado por Galves:

Quan la meva generació érem canalla, dels bàrbars en dèiem gamberros, perquè ens prenien el tigretón i penjaven la pilota. De més grandets es convertien en quinquis: ara ens fotien el rellotge (‘el peluco’) i les peles.(...)
García Albiol ha representat una frontissa entre les dues civilitzacions, és una mena de mutant. Precisament la inversió radical de la relació de forces entre PP i Ciudadanos ho palesa: la dreta tradicional, llastada per les formes sòlides del passat, està agonitzant, mentre emergeix la nova, la dreta líquida. Les intencions són idèntiques (o pitjors), però canvien els modes. Els nous quinquis del parlament ens exigeixen el peluco i la cartera a crits, amb fatxenderia, amb el mateix posat que al parc.

Para que nadie se despiste, el autor deja claro, como al pasar, que estamos hablando de castellanoparlantes:

Ho van aprendre a casa, en aquestes llars on la pedagogia s’imparteix a cop de tepartolaboca i el tutecallasporquelodigoyo, i després la televisió i les xarxes, amb un discurs oposat al de l’escola, ho han sedimentat.

Y es que, como es sabido, el maltrato paterno no ocurre en hogares de habla catalana, y si ocurre los padres se pasan al castellano al momento de victimizar a sus hijos.

Al leer un artículo así, llega un momento en que uno se pregunta quién es el autor capaz de implementar semejantes cotas de estulticia. Fui arriba de todo y me encontré con que el supremacista de turno se llamaba Pau Vidal. Pau Vidal, Pau Vidal... ese nombre me sonaba de algo. Hice la búsqueda lógica: Pau Vidal + charnegos.

Bingo. Pau Vidal es quien prepara los crucigramas para la edición catalana de El País. Hace tres años, Vidal usó una polémica definición:



XARNEGO: A València és un gos caçador; aquí una cosa molt pitjor.

Uno no puede menos que estar de acuerdo en que la palabra xarnego significa un perro cazador en tierras valencianas. Lo que no está claro es por qué en Cataluña significa algo mucho peor. ¿Está implicando Vidal que un charnego es peor que un perro?

La definición causó gran revuelo, con cartas al director de El País. El asunto llegó a la defensora del lector del periódico, quien a su vez contactó a Vidal. Así se defendió este:

"En el caso que nos ocupa, la definición que puse se define, A València és un gos caçador i aquí una cosa molt pitjor, precisamente porque se trata de un insulto: por eso es mucho peor. (...) Cuando redacté las definiciones de aquel día nunca en ningún momento se me ocurrió que alguien pudiese interpretarlo de manera ofensiva (...) ¿Cómo iba a querer ofender yo a los xarnegos cuando soy uno de ellos? Mi segundo apellido, Gavilán, es de Jaén. Es más, yo mismo, antaño, fui insultado con ese epíteto."

Pau Vidal es un filólogo y no desconoce la importancia de la precisión en el uso de los vocablos. Un insulto es en efecto peor que un perro cazador, pero en el crucigrama no estaba definiendo la palabra INSULT, estaba definiendo la palabra XARNEGO. Sin embargo, cabía en aquella oportunidad concederle el beneficio de la duda: quizá la prisa en terminar el crucigrama, quizá el intento de forzar el humor lo habían llevado a trastabillar sin querer, máxime cuando él mismo se considera charnego.

Pero ahora, con su artículo sobre lo delincuentes que son los diputados al Parlament que osan hablar castellano, se despeja cualquier duda: como sospecharon los lectores de El País, Vidal odia a los charnegos, y ese odio a veces se traduce en actos fallidos (como en la definición del crucigrama) y otras veces en diatribas conscientes (como en el artículo Els quinquis). Y en cuanto a la alusión a su apellido materno andaluz, pues muy sencillo: es el "yo tengo un amigo gay" de los homófobos.

jueves, 18 de enero de 2018

Una guía de la manipulación de TV3 para "observadores internacionales"

Uno de los procedimientos favoritos del separatismo es encontrar a algún extranjero que diga algo a favor de la independencia de Cataluña o en contra de España. A continuación ese extranjero es ungido como autoridad internacional en el tema, y su opinión es elevada al rango de verdad revelada. La clave del asunto está en que el separatismo está dispuesto a invertir mucho tiempo --y presupuesto-- en identificar y promover a esos opinadores, mientras que el constitucionalismo no ha hecho un esfuerzo equivalente. Por eso a veces, sobre todo en los períodos en que la atención sobre el tema catalán disminuye, puede dar la sensación de que el separatismo está ganando la batalla de la propaganda y de las ideas; y ello es efectivamente así, pero solamente hasta que el tema salta a la primera plana, que entonces sí los medios serios internacionales se ponen las pilas, investigan realmente el asunto y con dos o tres artículos desmontan completamente a esa farsa que es el independentismo catalán.

En realidad basta con prestar simplemente un mínimo de atención para darse cuenta de lo fraudulentas que son las "opiniones internacionales" a favor del separatismo. Por ejemplo, si uno lee titulares como Un expert de l'ONU demana no suspendre l'autogovern català, Un expert de l'ONU reclama a Juncker que faci de mediador a Catalunya, Un expert de l' ONU assegura que l'autodeterminació és un dret relacionat amb la democràcia, Un expert de l'ONU afirma que la UE ''calla'' davant l'empresonament de Junqueras, Forn i els Jordis..., uno puede quedar impresionado ante el inmenso apoyo que está recibiendo el independentismo desde las Naciones Unidas; hasta que repara en que (a) el "experto" es en todos los casos el mismo (Alfred de Zayas), y (b) no es un funcionario de las Naciones Unidas, sino un relator independiente que habla en nombre suyo y no de la Organización. Similarmente, en cualquier noticia favorable al independentismo que empiece con "Una diputada sueca...", uno puede tener la seguridad de que la legisladora en cuestión es inexorablemente Bodil Valero, del partido Verde y completamente irrelevante en el panorama político escandinavo. De esa manera, lo que es presentado como un aluvión de opiniones favorables al separatismo suele ser en realidad la misma opinión dicha muchas veces por la misma persona, que por algún motivo se encariñó con Cataluña y además la confunde con el independentismo.

En estos días vemos nuevamente en marcha ese mecanismo de propaganda. Desde el separatismo se está "desmontando" el "mito" de que TV3 manipula a su audiencia partiendo de un informe de ¡observadores británicos!


Caramba, si son británicos su opinión no puede menos que ser válida. Después de todo, ellos dejaron votar a los escoceses (y a los Bréxiters, aunque esto último por algún motivo los independentistas no lo mencionan). Jaque mate al unionismo franquista y facha.

Pero el espectador avisado inmediatamente puede llegar a preguntarse quiénes son esos británicos observadores. No se trata de Amnesty International ni de Human Rights Watch sino de unos tales Democracy Volunteers, cuyo informe está colgado en un blog de WordPress.  Aun con todo el respeto que me merece WordPress (y lo digo como usuario de Blogger), las entidades serias, consolidadas y reconocidas tienen sus propios dominios y no recurren a redes sociales, lo cual ya nos pone en un cierto estado de alerta.

Ahora bien; ¿qué dice el informe sobre TV3? Dice que en la campaña hacia el 21-D TV3, a diferencia de las estaciones españolas, mostró "cobertura proporcional con equilibrio entre los dos bandos del diferendo independentista". Para eso se basan en las "actitudes" detectadas en las noticias políticas emitidas, que, según el informe, se inclinarían en un 38% por el independentismo y en otro 38% por el "unionismo" (ya la selección de este término quita imparcialidad al informe, al usar la palabra separatista, mientras que los constitucionalistas preferimos "constitucionalismo"), siendo el resto neutral.

Lamentablemente, los "observadores británicos" no comparten el sistema y los criterios que usaron, pero ese equilibrio que detectan sólo revela fallas metodológicas de envergadura en su investigación. Yo no pongo en duda que, al menos durante la campaña electoral, TV3 haya entrevistado a igual número de separatistas que de constitucionalistas. Tampoco tengo dudas de que se hayan mostrado actos separatistas en la misma medida que actos constitucionalistas. Pero ese equilibrio cuantitativo queda completamente contrarrestado por el aspecto cualitativo, que aparentemente el estudio no investigó.

Como ejemplo, veamos esta noticia de TV3 emitida durante la campaña electoral:


Dejuni col·lectiu a Cornellà pels presos polítics. El promou FamDeLlibertat

13/11/2017

FamDeLlibertat és una organització que proposa els dejunis col·lectius com a eina d'enfortiment personal i social per lluitar contra les injustícies. A Cornellà s'hi han afegit i al Casal Parroquial volen mantenir un grup fent dejuni fins a les eleccions. Els voluntaris han d'acceptar control mèdic i comprometre-se a prendre només aigua durant un mínim de dos dies i un màxim de set. 

Es posible que Democracy Volunteers ni siquiera haya consignado este reporte como noticia política. Pero lo es, porque detrás de la inocente información de una medida de protesta en favor de ciertas personas encarceladas, TV3 nos cuela dos conceptos que toma como premisas: esas personas son presos políticos, y su encarcelamiento forma parte de "les injustícies". TV3 adopta, así, el punto de vista (y la terminología) separatista en un tema que tiene dos puntos de vista.

Para que existiera el "equilibrio" que Democracy Volunteers detecta, tendría que poderse mostrar alguna noticia en que TV3 titulara "Tal y cual asociación protesta contra el golpe de estado parlamentario del 6 y 7 de septiembre". Es decir, si TV3 asume el lenguaje del separatismo en una noticia, la única manera de equilibrarlo sería asumir el lenguaje del constitucionalismo en otra noticia, cosa que no ha hecho (aunque lo mejor, obviamente, sería no adoptar ningún lenguaje partidario).

Un estudio serio de TV3 tendría que partir de una observación minuciosa de su comportamiento a lo largo de los años (no sólo en los períodos electorales) y la identificación de los mecanismos que todos conocemos. TV3 nunca va a decir "ciudadanos, tienen que votar al independentismo". Es más sutil que eso, aunque no tanto como para que los ciudadanos no los hayamos calado. Por eso, todos aquellos que estamos sometidos a la emisora todo el tiempo (no sólo cuando hacemos de "observadores") podríamos sugerirles a los comunicólogos internacionales que investigaran los siguientes mecanismos que TV3 usa para adoctrinar "sin que se note el cuidado":

  1. TV3 comparte agravios que solo sienten los separatistas, y sugiere que todos los espectadores tendrían que sentirlos. Por ejemplo, el 2 de noviembre, tras conocerse la orden de captura hacia el Govern cesado por el artículo 155, el programa cómico Polònia no fue emitido. En pantalla se vio una placa que rezaba “Avui no hi ha programa. No tenim ganes de riure”. TV3 involucró así a toda su audiencia en una protesta y en una falta de ganas de reír que solamente los separatistas podían experimentar. Por supuesto, TV3 no sintió una congoja comparable cuando la mayoría independentista del Parlament votó una Ley de Transitoriedad Jurídica que abolía los derechos del 43% de la población; aquel día su parrilla de programación fue rigurosamente respetada.
  2. TV3 a veces emite, es cierto, noticias favorables al constitucionalismo. Pero en tal caso, invariablemente trae a continuación un experto del separatismo para comentar y, finalmente, refutar la noticia, mientras que jamás trae a un analista partidario de la legalidad para desmontar las noticias favorables al Procés.
  3. TV3 hace humor con el separatismo y con el constitucionalismo. Pero con el separatismo el humor es amable, empático, compasivo; se centra más bien en lo ilusos o ingenuos que son, en lo excesivo o irreflexivo de su entusiasmo, en la mala suerte que tuvieron o en sus inofensivas peleas internas. Mientras que con el constitucionalismo el humor es acre, resentido y deshumanizante. En un ejemplo extremo, Empar Moliner quemó una Constitución en protesta por la decisión del TC de tumbar la llamada Ley de Pobreza Energética, aparentemente indignada por la insensibilidad del Constitucional hacia la gente de bajos recursos. Pero cuando Artur Mas promulgó la Ley del Euro por Receta, que exigía a los consumidores pagar 1€ de más cada vez que compraban algo en la farmacia, nadie en TV3 se sintió impelido a quemar el Estatut o el programa electoral del expresident.
  4. En sus tertulias, TV3 incluye tanto a separatistas como a constitucionalistas. ¡Todos los puntos de vista están representados! Sí, pero mientras que en la población hay 43 constitucionalistas por cada 47 separatistas, en las tertulias se suele ver a un partidario de la legalidad debatiéndose con cuatro o cinco defensores de la unilateralidad que en lugar de refutarlo le hacen bullying. Por ejemplo, cuando se debatió en TV3 si hay o no mayoría social para la independencia, la mesa constaba de José Antich, Ferran Casas, Nacho Martín Blanco, Montse Castellà, Enric Vila y Suso de Toro. Salvo el indicado en negrita, todos los demás son separatistas rabiosos. Con esa composición de la tertulia, cualquier observador despistado se hubiera preguntado por qué se estaba siquiera debatiendo si el secesionismo tenía mayoría social. Ello sin contar con que el presentador suele brindar su inestimable apoyo a la causa haciendo preguntas incisivas al constitucionalista y asintiendo y hasta respaldando con argumentos propios las alocuciones de los separatistas.
  5. TV3 da lugar a todas las voces. Pero solamente en el caso del separatismo permite y promueve las voces más extremistas. Por ejemplo, emite un delirante documental de Jordi Bilbeny, el promotor del primer referéndum independentista que se celebró en Arenys de Munt, y que entre otras cosas sostiene que Cervantes era un escritor en catalán apropiado por España. Sería como si retransmitiera un documental de un constitucionalista que sostuviera que el catalán es un dialecto, no un idioma. Similarmente, cuando Isona Pasola presentó L'Endemà, un "documental" en que España es representada como un marido maltratador que no permite a su esposa Cataluña irse de casa, TV3 lo emitió gustosamente. En cambio, cuando Societat Civil Catalana presentó Dissidents, un documental sobre el precio social que se paga en Cataluña por enfrentarse al separatismo, TV3 se negó a emitirlo (alegando que reglamentariamente no se podía emitir videos de una asociación política, cierto; pero ¿no era que la democracia --en este caso, la igualdad de oportunidades de separatistas y constitucionalistas para acceder a la TV pública-- estaba por encima de las leyes?).
  6. En sus documentales de creación propia, TV3 solo aborda temas de interés independentista, máxime si se puede denigrar a España. Uno entiende que se proyecte un documental sobre el 1-O. Las cargas policiales ciertamente deben ser motivo de reflexión. Pero cuando Artur Mas envió a los Mossos a golpear bestialmente a los manifestantes del 15-M, con 120 heridos en Plaça de Catalunya, TV3 no sintió ninguna necesidad particular de preparar un documental al respecto.  
  7. Cuando informan sobre manifestaciones, TV3 muestra sus preferencias de una miríada de maneras. En las concentraciones separatistas brinda información sobre qué vías están libres para acceder, entrevista con simpatía a mayores y niños, relega a segundo plano los actos de vandalismo como la quema de banderas europeas. En las manifestaciones constitucionalistas, TV3 se concentra en los actos minoritarios de violencia que pueda haber, y hace comentarios como que los participantes eran "en su mayoría residentes en Cataluña, pero con raíces o familiares de todo el Estado" (video aquí). Una selección nada ingenua de palabras, donde el "residentes" en lugar de "ciudadanos" y el "pero" sugiriendo una contradicción inexistente crea en el televidente una sensación de falta de legitimidad de unos manifestantes perfectamente legítimos.

Podríamos seguir. Preguntarnos, por ejemplo, por qué se crea un programa sobre economía y "casualmente" el presentador es un separatista. O por qué en el programa para niños InfoK se elige, no menos "al azar", el asunto de los "presos políticos" como "tema del que habrás oído hablar estos días" (y no el de la fuga de empresas, que los pequeños catalanes también habrán oído nombrar). Pero la idea es clara: que la manipulación sea inteligente, y no grosera, no quita que TV3 manipule. No diciendo explícitamente las cosas, sino dándolas por sentadas con una frecuencia y omnipresencia tal que el espectador también las termina dando por sentadas.

A lo largo de los últimos años, la televisión pública catalana nos ha ido envolviendo en una nebulosa de Procés. Los resultados de las elecciones, así como los registros de audiencia, sugieren que la capacidad de atraer adeptos a la causa por esa vía tiene un techo. Lo que habría que ver es lo contrario: cuántos independentistas no se "desfrabricarían" si TV3 dejara de manipular.


jueves, 11 de enero de 2018

Prohibido defender el castellano

Andreu Pujol Mas es un historiador y escritor independentista. Se lo suele ver en tertulias televisivas y en artículos de la prensa escrita. Aunque no lo manifiesta explícitamente en su currículum de presentación para tales intervenciones, también es concejal de ERC en la localidad de Breda.

En una reciente nota en el semanario El Temps, titulada apocalípticamente "Arrassar-ho tot", Pujol Mas relata un episodio que involucra al inefable Jordi Cañas:

Dues piulades de Twitter en dos dies de diferència. La primera és de Jordi Cañas, exdiputat de Ciutadans que va haver d’abandonar el Parlament quan va ser imputat per frau fiscal. (NOTA: como apunta un lector, esta presentación de Pujol Mas es manipulativa. Jordi Cañas dimitió del Parlament por voluntad propia al ser imputado, un comportamiento muy inusual en un legislador; y su causa fue archivada al exculparlo la Fiscalía, un dato que Pujol Mas no revela.) Es queixa del fet que el Zara del Portal de l’Àngel de Barcelona està retolat en català i anglès. Dos dies després Zara li contestava públicament que “el cartell serà modificat en els propers dies per incorporar el castellà”. No és que Cañas, nascut a Catalunya, sigui tan obtús que és incapaç d’entendre el català i vagi passejant desconcertat entre calces i sostenidors quan busca la planta d’homes per comprar una corbata. No és, tampoc, que estigui preocupat pels drets lingüístics dels ciutadans de Catalunya. Si fos així, estaria indignat pel fet que el català només té una presència del 8,4% en els jutjats catalans, o que l’etiquetatge de la majoria dels productes a les prestatgeries dels supermercats és en castellà, o que la majoria de televisions que es poden veure a Catalunya no emeten ni un segon del dia en la llengua autòctona del país.

Uno aplaude la preocupación de Pujol Mas por la lengua catalana, por más que no llegue al punto de escribir correctamente el verbo arrasar, o de evitar confundir las preposiciones en y amb. Hecha esa salvedad, este párrafo es un condensado de todo lo que está mal en la cosmovisión lingüística del separatismo. Reivindicaciones razonables, pero manipuladas, se mezclan con peticiones de principio absurdas y con exigencias no menos estrambóticas en un variado cóctel de victimismo catalán.

Empecemos por el único argumento razonable de Pujol Mas: en Cataluña se celebran pocos juicios en catalán. Esto es cierto, pero no se debe a que la pérfida España ponga palos en la rueda a la presencia de jueces de habla catalana. El motivo principal, explicado (con las fuentes correspondientes) en el blog Cita Falsa, es que "el número de opositores en Cataluña a Cuerpos como Jueces, Fiscales o Letrados de la Administración de Justicia  (y en general, para cualquier Cuerpo de la Administración de Justicia) es muy inferior al que le corresponde por demografía. Y (...), por lo tanto, muchas plazas son cubiertas por opositores procedentes del resto de España".

Pero Pujol Mas no le imputa a Cañas la baja presencia del catalán en los juzgados, asunto en el cual el exlegislador naranja no tiene ninguna responsabilidad. Lo que le achaca es que no la denuncie, y en cambio sí se queje sobre la ausencia del castellano en la rotulación de las tiendas Zara. Pujol Mas viene a decir, así, que los castellanoparlantes no tenemos derecho a defender los intereses del castellano en Cataluña si al mismo tiempo no defendemos los intereses del catalán. Por supuesto, no se impone a sí mismo una exigencia simétrica: cuando pide más catalán en tal o cual ámbito, Pujol Mas no se siente en ninguna obligación de peticionar también por el castellano en los espacios de los cuales ha sido marginado, como la cartelería pública. En este último ámbito, el catalán tiene leyes y códigos que lo protegen, en tanto que el castellano está totalmente indefenso. Pujol Mas no va a intentar revertir esta lamentable situación, lo cual es comprensible. Menos comprensible es que le niegue a Jordi Cañas ese derecho, o que se lo supedite a iniciar una cruzada paralela por los derechos lingüísticos de otros idiomas.

Pujol Mas aduce que los rótulos en castellano no son necesarios, porque en catalán ya se entiende. Correcto, pero menos necesarios aún son los rótulos en catalán, ya que si estuvieran en castellano los entendería todavía más gente. Es que los separatistas no se terminan de aclarar respecto a si lo que van aducir son motivos prácticos o principistas. Por ejemplo, las quejas separatistas de que no se pueden pronunciar discursos en catalán en el Congreso de los Diputados o en la Eurocámara no se basan en ninguna necesidad real, porque los diputados catalanoparlantes pueden, todos ellos, hablar en castellano. La presencia del catalán en esos ámbitos tendría, eso sí, una fuerte carga simbólica. Pero ¿por qué solamente el catalán tiene derecho a símbolos? ¿Por qué un hablante de la lengua mayoritaria en Cataluña no tiene derecho a esperar verla usada en la cartelería? ¿Por qué, mientras que el 51% de los catalanes tienen como lengua principal el castellano (frente a un 36% que usan mayoritariamente el catalán), la señalización oficial de todas las administraciones de Cataluña "vende" una imagen de país monolingüe en catalán?

Pujol Mas se lamenta de que la mayoría de productos en las estanterías de los supermercados estén etiquetados en castellano, pero ¿qué hay de los productos locales de Cataluña etiquetados exclusivamente en catalán? ¿Por qué está bien denunciar lo primero, pero si se denuncia lo segundo ello es equivalente a "arrasar" el catalán?



Finalmente, Pujol Mas repudia el que la mayoría de televisiones que se pueden ver en Cataluña no emitan en "la lengua autóctona del país". ¿Debe Cañas protestar por una cuestión esencialmente de mercado? Producir un programa de televisión cuesta mucho. Poner un cartel en tres lenguas en vez de dos, en cambio, no cuesta nada.

Y ahí está la diferencia clave entre los agravios que sufre el castellano en Cataluña y los que supuestamente experimenta el catalán. Cuando el catalán es excluido (que lo es, indiscutiblemente, en muchos ámbitos), hay explicaciones eminentemente prácticas y racionales para dicha exclusión: el engorro que supondrían las traducciones simultáneas en el Congreso; las demoras que implicaría reciclar a cada funcionario del Poder Judicial que se trasladara a Cataluña en un lenguaje tan especializado como el del Derecho; la falta de rentabilidad de los doblajes cinematográficos en catalán cuando ya se dispone de versiones en otra lengua entendida por el 100% de los catalanes... Quizá se podría hacer un poco más por el catalán, pero lo que no hay es una intención deliberada de suprimirlo. En cambio, cuando se margina al castellano se lo hace en la plena consciencia de la exclusión y sin ninguna ventaja económica o de otro tipo que la explique. Y si algún castellanoparlante se queja, se lo combate con las armas favoritas del separatismo: el escarnio y la deslegitimación públicos.